En el Barrio de mis amores, aquel que recuerdo humilde y pobre, lleno de gente trabajadora, noble y sencilla. Aquél barrio de “casitas de cartón” como dice la canción de Ali Primera, hechas con pedazos de madera zinc e inclusive plástico, donde la necesidad prima y; si había pal’ almuerzo lo más seguro es que para la cena “¿Quién sabe?”. Por donde transitaba la pobreza y la miseria, como anclando sus ilusiones y esperanzas, con calles llenas de piedra y polvorientas; en invierno barro y lodo, en la que a veces el niño Dios no llegaba. Ese barrio fue fundado por los hermanos Magallanes quienes llegaron ahí a cuidar esos terrenos y con el tiempo les quedo a ellos: Francisco, Abraham, Mingo, Clara, entre otros. Buena gente.
En principio; todos le decían al barrio “la Pajarera” por la diversidad de esa especie, luego con el tiempo y las construcciones, no se volvieron a ver y por eso se le cambió el nombre por “las Brisas” por los ventarrones. Conectados a la luz ilegal todos del mismo poste, pero entre todos los del barrio siempre unidos, ayudándonos unos con otros, pero para quienes habitábamos ahí, era lo único que teníamos, la nuestra la última casita del barrio para llegar a ella era por un caminito que había que pasar por una esquina donde Vivian Yolanda y Jaime un purísimero buena gente y ella también, tenían una tiendecita llamada Carolina. En frente de nuestro rancho había una loma de tierra blanca como dato curioso, un día mi papá, Jairo y unos compadres suyos roque de san Andrés de Sotavento y Manuel de Chinú córdoba, por cariño le decimos “mañe”, que recogía objetos dañados y almacenaba en su patio y todos los del barrio haya íbamos cuando necesitábamos algún tornillo o tuerca o cualquier pieza, la cual regalaba con cariño, por eso lo terminamos bautizando la ferretería del barrio. Con picas y pala ampliaron la calle y la agrandaron tanto que con el tiempo, era nuestra cancha de futbol, a pie descalzo y arquerías improvisadas con dos grandes piedras jugábamos, discutíamos y hasta soñábamos despiertos cuando se hacía un gol, el cual festejamos con euforia, el grito fiestero del gol se ahogaba en nuestras gargantas (hoy en día en ese sitio está la cancha del barrio) no sin dejar de lado el maltrato de las piedras en nuestros pies que a veces por pegarle con esas ganas al balón, terminábamos con los dedos descompuestos o tronchados; esa, nuestra única diversión y distracción pa’ olvidarnos de nuestra pobreza y a veces del hambre. Mi mamá Bertha sembró muchas matas; como azucenas entre otras; las cuales florecieron, regaban sus agradables aromas al pasar; y se hizo un jardín, el único en el barrio; por eso hoy en día esa calle se llama “la calle del jardín”, en la otra esquina vivían los guajiros en cabeza de don Alcibíades y doña Carmen buenas personas todas ellos, hacia el otro extremo dueña de la tienda sin nombre pero que todos conocemos con el nombre de su dueña la señora Blacina (Q.E.P.D.), bueno entre otros habitantes del barrio como Mario Feria y su familia, más arriba vivía Basilio al que bautizamos “el palacio del cuero” por cariño y su sobrino Jairo ( Q.E.P.D.) lo llamábamos “galletica de limón” porque su tía le rapaba la cabeza y lo ponía a vender galleta de limón, Judith, Mundo, el señor Juan “más saludable que un alka Seltzer”, Ivo, Rafaela, la señora Fila, Agenór con su venta de bolis , Juan Ramos el presidente de junta de acción comunal (y las eternas peleas con mi mama por diferencias y su familia), Nelly, Manuelito (que por cariño le decimos el loco), Doña Merce que se levantaba todos días a las cuatro de la mañana a barrer la calle, pello con su venta gas (querosene) y pan, Rosalba “la moquilona”, Cecilia llamada cariñosamente la “cubeta”, Martha la negra vendedora de cocadas, de alegrías con coco y anís, que nos endulzaba las tardes y los piñeres, Nieve y sus venta de platanitos (bananos) elemento esencial para hacer la suculenta comida llamada popularmente “arroz al puente” que no era más que un plato de arroz blanco con el platanito atravesado en el plato o si la situación era critica entonces era “arroz al puente roto” era solo medio platanito o “arroz a lo juniorista” “arroz con poquito de salsa de tomate o a veces el famoso plato “arroz a la popa” que nos es más que un plato de arroz y en el centro un pedacito de pringa cara. La pringa cara son los cueritos del pollo que se compran en el mercado de bazurto y se fritan en trocitos, sin olvidar a don ramón donde comprábamos el agua y muchos vecinos más, algunos ya fallecidos del barrio.
Por las noticias anunciaban la tormenta el Joan otras radios decían el huracán el Joan, ni “bolas” le parábamos sin saber que aquel Joan seria el protagonista de nuestro sufrimiento.
Esa tarde como siempre nos acostamos temprano, sin olvidar colocar varias ollas con un trapo dentro, pa cuando empezara a llover no tener que levantarnos y el trapo pa evitar el ruido del goteo, ya sabíamos dónde estaban las goteras del techo, pensamos que eso era suficiente, nuestra casita de madera y zinc viejo pero era nuestro palacio, empezaron las brisas, las gotas de agua lluvia y cada vez se oían más fuertes en el zinc como anunciando la catástrofe.
Como a la 11 pm nos asomamos y la cancha de futbol; mejor dicho, la calle en la que jugábamos era ya un arroyo fuerte y amenazante; seguimos acostados, pero con “la tranquilidad del desesperado”, de un momento a otro traqueaba la puerta como si estuvieran tocando eran como las 3 de la mañana, al poner los pies en el suelo la sorpresa, el agua nos llegaba casi a la rodilla en dicho desespero quisimos abrir la puerta para que el arroyo pasara y si paso pero arrastro con todo a su paso; la ropita que estaba en una caja de cartón al alzarla se le salió el fondo, los huevos flotaban y al llegar a la puerta se quebraban y hasta el mercadito todo se lo llevo el arroyo, hasta unos pesos que mi mama guardaba celosamente debajo del colchón, hay cuando quise correr pero el agua la tenía al cuello y mi mama me toma del brazo y me subió a la meza pa que no me ahogara, mi hermano jalito es mayor que yo, el ayudo en todo, pero todo se perdió no nos quedaba nada, por la casa pasaba el arroyo y con la fuerza del agua se llevaba todo lo poquito que teníamos, hasta nuestras esperanzas, me acompañaba en la tabla de salvación (la mesa) mi prima Deyanira (le decíamos la gringa por lo mona), cada vecino de nuestro barrio sufrió a su manera las consecuencias de las inundaciones y las lluvias con sus ventarrones.
Fue ahí cuando los guajiros doña Carmen y Yolanda nos ofrecieron su casa para que nos refugiáramos de aquella desgracia, sin casi nada, a la intemperie. La casita se la llevo el arroyo, pudimos mudarnos para una pieza del lado que estaba desocupada, que doña Carmen “la guajira” nos prestó, al día siguiente de donde Jaime y Yolanda pusieron la tienda a la orden de mi mamá, para que nos dieran de comer. Mi mamá se puso a lavar lo poquito de ropa que se pudo recuperar, mientras nos hacía un plato de arroz con lentejas, con tan mala suerte, que al regresar de servirnos el almuerzo a echarle un vistazo a la ropa lavada ya habían pasados unos ladronzuelos que apodaban “los millones” y se habían llevado la ropita del alambre, pero en medio de toda aquella desgracia, vi como nuestros vecinos nos apoyaban, nos colaboraban y compartían lo poco que tenían con nosotros; entonces a mi corta edad, comprendí de aquel “amor eficaz” del que nos habló Camilo Torres Restrepo, de aquel hambre mortal que mata nuestro pueblo , compartir lo poco con los demás y brindar una sonrisa pa aliviar las penas.
No hay sacrificio ni amor más grande y eficaz que el que ofrenda su vida por su pueblo.
Camilo Torres Restrepo.
Por eso al barrio de mis amores y sus vecinos, aunque me vuelva a dar el agua al cuello, lo quiero y llevo en mi corazón; y a los que nombre en el barrio; con cariño, respeto y aprecio. Por eso cada vez que almuerzo arroz con lentejas se me viene a la mente aquella tragedia y se me pierde la mirada en la distancia pensando cuantas personas estarán viviendo lo mismo que un día viví junto a mi familia y recuerdo mi compromiso con el padre Camilo y el amor eficaz que dignifica al hombre que tanto predico el padre Camilo.
Es mi humilde homenaje a las víctimas de las inundaciones en este país, así como un día la viví en carne propia y se lo desgarrador que es.
Pablo Oviedo Columnista.